He aquí diez razones peregrinas por las que ya deberías de estar viendo, o de haber visto, The Boys.
Nos cuenta una verdad incómoda: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, dijo el tío Ben Parker.“¡Bullshit!”, diría William Butcher, parafraseándolo en la última temporada, “Un gran poder te convierte en un gran cretino”. No podríamos estar más de acuerdo: si de verdad hubiera esos eres extraordinarios sobre la Tierra con esas facultades, de lo menos que se preocuparían sería de salvar abuelitas en incendios de barrio. Los superhéroes sodomizarían a la humanidad, esta es la premisa de The Boys.
La pureza, el compromiso e integridad de Los Vengadores ya es harto difícil de creer, pero queda bien en ese plano de la fantasía y la imaginación. ¿Ya vieron Burnbright? Vayan y ven otro intento honrado por explicar de verdad cómo nos iría con un Superman de vecino. Hace falta un poco de cinismo para que las cosas estén en situación.
Crudo y sin censura: en los tiempos de la corrección política pagada, la ultracorrección, y la sociedad del “Yo te cancelo porque has herido los sentimientos de alguien, o potencialmente vas herir a alguien que pertenece a un grupo de consumo que deseamos bajo nuestra ala capitalista protectora”, The Boys se la juega por el material sexual, el horror expreso, la defenestración y la evisceración.
Nos gusta esto precisamente no porque alimente las necesidades o fantasías de los más enfermos, sino porque les planta cara a las loquillas propuestas de la posmodernidad: el almíbar y edulcoradas formas que nos quieren vender, entre muchos, servicios de streaming (¿Disney, eres tú el aludido?).
Reinventa la rueda: reinventar la rueda en torno a las figuras heroicas que se han fundamentado en los ideales norteamericanos, no parece ser una tarea nueva. Ya tenemos, dentro de esos mismos escenarios domésticos, esfuerzos probos y creativos como los de Miller y su Watchmen, Doompatrol de DC o los más recientes de Omni-Man (Image Comics); The Boys hace casi todo lo mismo, es cierto, pero hunde el puñal hasta la empuñadura, y toma esos interesantes tópicos y los trata con más descaro perrón.
De hecho, hace especial énfasis en otras consecuencias de vivir en un mundo donde criaturas dotadas de cualidades supernaturales andan por ahí en calzones y capa. Se pregunta por cómo estos superhéroes pueden transformar nuestras religiones, ideologías y filosofías; las relaciones públicas entre empresas y naciones, el concepto de la fama, o el uso de los social media como artefactos de control; en síntesis, explora todas las consecuencias teratológicas de apartarnos de la realidad y zambullirnos de cabeza en otras alteridades: en este caso, estar cubiertos hasta el cuello de toda la caca y podre de los “sups”.
Antony Starr: sí, Starr interpreta a, quizás, el superhéroe más retorcido y enfermo de todos los tiempos. Un super humano con complejo de Edipo, un bebé siniestro en toda regla (un bebé con poderes es un verdadero dolor de bolas). Antony está perfecto para hacer más cositas de psico o para interpretar las locas aventuras de Ezra Miller.
Si por un momento este casting no hubiera sido el correcto, no tendríamos la tensión necesaria en The Boys, esa tensión tangible en cada mueca, palabra y mirada de esta revelación de la pantalla chica. The Boys puede ser tan indescifrable y retorcido como le venga en gana una sonrisa indescifrable y retorcida de Homelander, nuestro Tony.
Butcher: se necesita de otro prodigio, como Karl Urban, para hacer un exquisito contrapunteo cuando tienes en el otro extremo a Antony Starr. El valiente e íntegro Eomer del Señor de los Anillos se despoja de su rutilante armadura caballeresca y ahora se enfunda un sobretodo de matarife, ahora es el carnicero, ‘el Carnicero de los Dioses’.
¿Y que no son acaso los dioses sino superhéroes y los superhéroes dioses antropomórficos? Butcher encarna la destrucción de ese sistema de creencias, es una especia de Sócrates con martillo y navaja. Este héroe-villano desea a todo trance desmitificar o desacralizar la noción divina de esta creación humana… ¿los superhéroes no son acaso otro recetario de cómo llegar a lo que queremos ser y que eso termine felizmente por destruirnos? Él nos ahorra la respuesta.
El que menos corre vuela: u otra manera de decir ¡esto es un verdadero arco de personaje! En The Boys El que menos esperas resulta ser antagonista o auxiliador de los “héroes”. No hay nada más chocante que ver personajes monolíticos, unívocos, unidimensionales, esto es, que nunca cambian. Caemos en ese falso dilema, el bueno es bueno, y el malo es malo per se. The Boys procura no arrojarnos en la cara esos facilismos de la fe.
Así, resulta muy interesante el arco de personaje de Starlight: la niña de campo tipo Smallville, se convierte en una astuta y madura mujer de liderazgo; lo logra ante la resolución de dilemas morales escabrosos, se sacude frente a la realidad, no se sume en la desesperación, sino que echa mano, en dosis similares, de la honestidad y la hipocresía. Tiene buenos maestros.
Momentazos épicos: actuaciones dignas de repartir al gratín globos de oro, temáticas que hunden sus tramas en subtextos prohibidos por nuestra sociedad de censura, retorcidos plot-twist, y esto ya es redundante, CGI de primer nivel, combates de monstruosidad épica que le hacen dar vergüenza a Batman vs Superman, (gente de Warner y Marvel, ya aprendan algo.) ¿Qué más quieres?
Metaproducto perfecto: las adaptaciones son el rigor de nuestro tiempo, ya regla de oro constituida, son la veta preferida de los mineros de la meca del entretenimiento. De hecho, un formidable porcentaje de películas y series corresponde a adaptaciones o remakes. Entre ese lance de dados y probabilidades algunos de estos proyectos salen muy mal parados. The Boys hace parte de esos otros productos tocados por el Olimpo.
Nos pone a reflexionar: sobre los superhéroes, claro, y sobre nuestro industrial consumo de todo lo que tenga la chapa de superhéroe. Esta mitología elegida y patrocinada por los dioses (en nuestro caso las grandes productoras) nos devuelve a los mitos de legitimización donde emperadores y reyes ocupaban esas posiciones porque eran descendientes del Sol, o de los dioses mismos.
Hoy el cine de superhéroes, o sus seriados, desplazan, casi que a dedo y sin pudor y respeto, otros importantes objetos culturales. ¿Qué pasó con el cine independiente en las salas de cine? No hay espacio porque esas salas necesitan ordeñar todo lo que les pueda dar el esculpido trasero de Thor.
Nos pone a reflexionar una vez más: nos pone a reflexionar seriamente sobre geopolítica. En un capítulo hace este planteamiento: dale tus armas a tus enemigos para que luego puedas combatirlos en igualdad de condiciones, fuego contra fuego, ahora tienes empate. De ese empate deriva incertidumbre y miedo, ahora, el miedo solo es sofocado con un terror superior, pero ese terror superior está bajo tu mando. Saca el as bajo el manga, está permitido. Parece una idea contemporánea.
Y ¿acaso no damos pábulo al miedo para poder legitimar el uso de la fuerza y la existencia de nuestros líderes radicalizados? Los superhéroes se convierten de tal suerte en adalides que sirven incluso para hacer proselitismo político y religioso.
Así, en la sátira moderna propuesta por The Boys, las tesituras de este mundo ficcional son más honestas y aproximadas a una realidad “real”: los superhéroes no son otra cosa que mercancía.