Por fin pudimos ver La ballena. Y eso fue una hazaña, considerando que esta fue estrenada después del nueve de diciembre en muchos países, mientras por aquí nos reventaron las pelotas con malas pelis de Navidad y algunas otras de Dago García y/o Trompetero.
Así que la observamos con gran ansiedad y concluimos rápidamente dos cosas.
En Pereira (porque ignoro totalmente cómo será en otras ciudades) existen dos caminos para que un estreno de calidad pueda ser disfrutado a tiempo y en sala de cine: que sea de los directores anteriormente mencionados, superhéroes, acción o terror; o que sea una peli oscarizada (allí sí que se aprovechan del viento en la camisa).
Si tu peli no cumple con lo anterior, ni por asomo estás en cartelera. Mejor dicho, la cartelera es un mercado bastante oportunista.
Lo segundo, La Ballena es una muy buena película que seguramente generará durante meses discusiones de toda índole. Por ejemplo, su nombre: por allí vi que en España la han llamado El ballenato desesperado. Estoy seguro de que es una broma muy creativa, aunque mucho vallenato sí suene a corazoncito desesperado.
Lo curioso es que, con todo el ruido que está generando, La ballena no haya sido nominada a mejor película (otro Borges sin Nobel).
Cosas que no se comprenden, aunque claro, muchos dirán que la competencia de este año es feroz. No olvidemos que envejecen las películas y el tiempo envejece a la par con los criterios: en una década, las academias, sindicatos y crítica especializada nos ofrecerán entonces otras conclusiones.
A lo que vamos: logramos ver La ballena y les contamos cómo estuvo.
Tres íconos de la era del entretenimiento, cada uno a su manera, Brendan Fraser (La momia), Darren Arronofsky (El cisne negro) y Sadie Sink (Chimbadas raras) se dieron cita en esta arriesgada película. Y eso generó una expectativa muy alta entre el público asistente (de muchas edades) unos en búsqueda de un poco más de su diva de Chimbadas raras (Stranger Things), otros motivados por el morbo y con ganas de ver lo acabado que está Brendan Fraser, y otros más que, decididos a repetir la dosis, sufrieron hace tiempo a Arronofsky por cuenta de su Pi: la teoría del caos o Requiem por un sueño.
Así que en la sala estaban muy juiciosos y atentos: nadie se quería perder del chisme de un hombre de cerca de 300 kilos a punto de morir y que a toda costa busca expiar sus pecados. Especialmente el abandono prematuro al que sometió a su hija por irse de aventurillas con otro hombre. Y en efecto, como era de esperarse, las personas salieron de la sala exultantes de emoción, reflexivas o molestas.
Y es que, para algunos, La ballena apela al efectismo, retrata la miseria de una forma pornográfica; mientras que para otros glorifica la expiación humana después de padecer un trance de perros.
“Joder, esto sí es cine”, para muchos otros, incluyendo mi juicio.
En acuerdo con lo último, es la propia redención de Brendan Fraser la que cuaja la hazaña: la redención en vida real, la expiación frente a la cámara del personaje; una epopeya similar ya nos fue relatada en la piel de Michael Keaton con el Birdman de Iñárritu (curiosamente La ballena tiene una escena surrealista casi calcada).
La historia de Fraser no es para nada diferente a la de Keaton: fue un ídolo noventero y de buena parte del siglo XXI con la muy célebre The Mummy, realizó algunos papeles con mayor o menor fortuna (demostrando su madera de bobalicón en comedias para el olvido, o dejándose la piel en dramas como Crash de Paul Haggis), pero luego cayó en el ostracismo por cuenta de una lesión y un acoso sexual gestado por un agente de los Globos de Oro. Y eso, sin mencionar otras vicisitudes que debió afrontar en lo familiar.
Su reivindicación ha tomado a todos por sorpresa. Otros pensarán que es una estrategia diabólica de márquetin, esto es, tomar al héroe caído y redimirlo para facturar (es la era de la facturación, esa melodía viral también le llegó a Darren, quien a apostó por Brendan). Luego, algún malintencionado puede afirmar que Darren Arronofsky copia la fórmula de Iñárritu y Keaton en Birdman.
Lo anterior habría que probarlo, lo cierto es que la elección funcionó mejor de lo esperado: en el 79 Festival Internacional de Cine de Venecia, Brendan Fraser recibió una ovación de más de cinco minutos por cuenta de su caracterización de este atormentado personaje de casi 600 libras.
Arrancar ese entusiasmo de un público tan culto, es ya una proeza; yo la verdad es que aplaudo tres veces cualquier cosa y luego me hago el huevón.
Así las cosas, ¿todo apunta a que La ballena es un material cinematográfico de obligada exploración?
Lo cierto es que es una película muy incómoda de ver (no recomendada para los siguientes públicos: gordofóbicos, homofóbicos, cristianos fundamentalistas), si no se siente en ninguno de ellos, vaya compre la boleta y se sienta a disfrutar de la mejor interpretación del año; si le apetece, “siéntase” como un voyeur de la miseria humana y haga catarsis para ser mejor persona.
Ahora bien, La ballena tampoco es que esté arrasando en crítica mainstream, los habituales sitios (Rotten Tomatoes, Metacritic, IMDB) le brindan amable ponderación, mas no le otorgan calificación AAA.
Pero admitámoslo, el algoritmo de dichos espacios recoge críticas variopintas, algunas de legos (como yo), más especializadas en CGI y tipos en leotardos que lanzan rayos por los ojos ¿qué sabré yo o estos críticos del canto desesperado de un ballenato?
Vaya, la ve y se forma su propio juicio; no se la pierda, porque seguramente pronto la sacarán de cartelera… ¿no ve que no es la ballena de Avatar?