Bastante rechazo han causado las piruetas de varios congresistas para no aprobar la reducción de su salario, superior a 35 millones mensuales. Más recientemente, llamó la atención que algunos de ellos, provenientes de sectores “alternativos”, se negaran a firmar un proyecto de ley que reduciría la prima especial de servicios equivalente a más de 10 millones, esto, a pesar que estuvieron entre quienes agitaron la bandera de reducirse el salario como prenda de garantía para representar a los indignados electores.
Muchas de sus actitudes aplastantes durante la campaña, contra todo lo que no se les pareciera o sometiera, contrastan con la victimización esgrimida ahora que ven tantos ceros en la cuenta bancaria. Manifiestan sentirse maltratados por la exposición en redes sociales, a manos de personas de similar estilo político y también otras de mayor cordura, que les reclaman por la incoherencia.
También es cierto, como bien se ha dicho, no es precisamente el Congreso de la República un lugar guiado por el debate filosófico de la democracia ateniense. Al contrario, el congreso de ayer y el actual, se destaca por la politiquería y las componendas, no en vano el senado es presidido por el hombre del dinero en efectivo, experto en pescar en estas aguas: Roy Barreras.
Otros, dóciles al empate entre pecado y rezo, bambolearán entre “lo bueno, lo malo y lo feo de…”, como habilidad electoral para conservar la audiencia sin perder la línea directa con el palacio.
A sus criterios, se someterán prontas políticas, como la reforma tributaria que expertos señalan, “conduce al estancamiento económico y el aumento de los precios”, ya somos la tercera inflación más alta en alimentos entre los 34 países de la OCDE. Legislarán para ello, los tradicionales, “mermelados” en su mayoría; y los alternativos, que han enviado señales de considerar hegemónica la ciencia y la cultura que no se adapte a su objetivo de “vivir sabroso”.
A primera vista hay catalogadas excepciones, conocidas o tal vez por conocer, habrá que esperar. No obstante, por ahora algunos de esos congresistas sobre los que millones de electores depositaron verdaderas esperanzas de cambio, me recuerdan un poco a Fabricio, el ambicioso personaje de la novela de La Cartuja de Parma, de Stendhal: participa en la azarosa batalla de Waterloo sin saber muy bien lo que estaba en juego; guiado por la voluntad de su caballo, galopa tras los generales en medio del estruendo de los cañones, el humo, la euforia, la sangre, los pedacitos de tierra negra que volaban por el aire, y hasta estuvo con el mismísimo Napoleón pero no lo reconoció; tuvo la gracia da asistir pero no ver nada, después, asombrado, contó que no vio a Waterloo estando en Waterloo, no supo el papel que en realidad representaba.