La mujer en las comunidades primitivas
La opresión de la mujer es el resultado de un hecho social e histórico, no siempre fue así, durante millones de años la humanidad vivió en una sociedad igualitaria donde la cooperación y la solidaridad eran la única forma de sobrevivencia. En esta primera fase la mujer es el centro de sociedad, tiene un papel protagónico en el mantenimiento, cuidado y distribución de los precarios bienes con los que contaba la comunidad. En esta etapa, la del matriarcado, la mujer no sólo es libre, sino que está muy considerada.
El nomadismo establece una concepción cultural de necesidades reducidas y sólo se posee aquello que es transportable. En la vida no hay enfrentamientos ni existe la confrontación, porque la solidaridad es una cuestión de vida o muerte y el ser humano es el bien más precioso.
Después viene la domesticación de plantas y animales, una revolución técnica que cambió definitivamente la forma de vida de la mayoría de la humanidad. Se dio inicio al conocimiento de las plantas y se empezó a sembrar. Se trató de un descubrimiento femenino, directamente relacionado con la recolección y el reconocimiento del ciclo de vida de las plantas. Fue lo que facilitó el que se comenzara a sembrar para reproducir las plantas más útiles.
La agricultura y la ganadería permitieron la sedentarización, el crecimiento de aldeas y se produjo una gran explosión demográfica. Se creó conciencia del tiempo apto para actuar sobre la naturaleza y la sociedad se obligó a conservar y a acumular semillas para volver a sembrar y a crear fondos para las épocas de escasez. Se comienzan a utilizar recipientes y vasijas para conservar, transportar y cocer los alimentos. Las mujeres descubren el uso de las plantas medicinales, que las convirtió en las mejores curanderas. La cerámica, quizás el primer invento humano con un proceso químico, también es atribuido a las mujeres.
La producción de excedentes aumentó la productividad del trabajo y permitió la especialización en oficios. Es en suma una era en la que las mujeres cumplen un papel de gran relieve en la sociedad, tanto en la producción como en la reproducción de la vida inmediata, finalmente el factor decisivo en la historia.
Es desarrollo productivo en auge lleva a que entre los miembros de las familias se eligieran jefes temporales que fueron pasando a permanentes, se viven por primera vez confrontaciones armadas que permiten a los vencedores quedarse con buena parte de la riqueza acumulada y apropiarse de la tierra. A medida que unos se enriquecían, otros se arruinaban. Las pestes y sequías obligaron además a los más pobres a acudir a préstamos y en prenda se ponía a los miembros de la familia, de manera tal que si la deuda no se cumplía, los hijos y hermanos eran desposeídos y esclavizados. La esclavitud crece exponencialmente al punto que la sociedad se divide en dos clases principales: una multitud de esclavos y una minoría esclavista.
Con el esclavismo empezó el sojuzgamiento de la mujer
El esclavismo, a la vez que representa un avance de las fuerzas productivas con relación al comunismo primitivo, se configura como la forma de explotación más burda que se conoce en la historia de las sociedades y a su vez es la sentencia definitiva para la opresión de la mujer.
Surge el Estado como autoridad política central, con el Estado surge la ley y con la ley, la opresión de la mujer para proteger los intereses de la clase dominante. Solo los hijos que el padre reconoce pueden heredar sus riquezas.
La monogamia
La existencia de niñas y mujeres que pertenecen irrestrictamente al hombre es lo que le imprime un carácter específico a la monogamia. Desde un principio la monogamia sólo lo es para las mujeres y no lo es para los hombres. Las mujeres de los esclavistas sólo podían tener trato con otras mujeres y fuera del papel que cumplían con la procreación, no eran sino la criada principal del patriarca. En cambio existía una gran prostitución protegida por el Estado. Fue en aquel oficio en el que cobraron renombre las mujeres griegas que sobresalían por su ingenio y gusto artístico, pero el hecho de que para convertirse ellas en mujeres plenas les fuese preciso ser hetairas, es la sentencia más inclemente de la antigua Grecia.
Como bien lo señala Engels, la aparición de la propiedad privada trae apareada la monogamia, la preponderancia del hombre en la familia y la procreación de hijos que sólo pudieran ser de él y destinados a heredarle. La monogamia no surge pues como la forma más elevada del amor entre un hombre y una mujer, sino que, por el contrario, representa la esclavización de las mujeres por los hombres. El esclavismo tendría todo su proceso de descomposición para darle paso al sistema de vasallaje.
Sin embargo miles de años después, el descubrimiento de América, que se da al declinar del feudalismo y a la consolidación del capitalismo, para su desarrollo reedita el esclavismo en la América conquistada, ante la escasez de mano de obra que había por la violencia y, por la viruela, el sarampión, el paludismo y otras enfermedades llegadas de Europa.
Esta vuelta al esclavismo, como lo relata magistralmente el Joe Arroyo en su canción “Rebelión”, conlleva el secuestro de esclavos que le significó al África la pérdida de alrededor de doscientos millones de personas entre los Siglos XVI y XIX, es la desgracia más grande que le ha sucedido al Continente africano en su historia y lo condenó al atraso y a la miseria.
Entre los esclavos que llegaron a Cartagena, sobresale una mujer valiente llamada Wiwa, quien junto a su compañero de vida y de luchas, Benkos Biohó, encabezaron la lucha por la independencia de los cimarrones contra los esclavistas españoles, a los que derrotaron. Los rebeldes llegaron a dominar los Montes de María, donde fundaron Palenque, en San Basilio, el primer territorio libre de América, símbolo de la independencia de los esclavos fugitivos.
Mujer, feudalismo e Iglesia
Si en el esclavismo se cimientan las bases para el sojuzgamiento de las mujeres, en el feudalismo se configura la máxima opresión, promovida por el Estado y apoyada por la Iglesia. Los matrimonios se caracterizaban por ser impuestos a las jóvenes, muchas veces con ancianos ricos. Se le daba el control absoluto al hombre y se le asignaba a la mujer el papel de reproductora, con un gran número de hijos, que se convierten en motivo de vanidad masculina con expresiones como “tengo tantos hijos”, y de reproche hacia las mujeres cuando dicen “No me dio ni un varón”. No había posibilidad de control de la natalidad y la sexualidad femenina se controló de manera férrea como un pecado que se castigaba con las llamas eternas. La sola palabra se volvió tabú. Sólo se podía hablar de sexualidad femenina si ésta estaba asociada con la maternidad. Y ni así. Y desde el punto de vista cultural, la concepción es machista. ¨Los padres de la Iglesia¨ llegaron hasta un Concilio para debatir si las mujeres tenían alma, si eran personas o no.
La inmersión de las mujeres en el mercado laboral
De estar recluidas durante siglos, confinadas a las labores del hogar, la crianza y el cuidado, desde la Revolución Industrial se da el tránsito hacia el mercado laboral, particularmente violento, más que el de los varones. Cientos de millones de familias campesinas fueron desalojadas de sus tierras en los cinco continentes y separadas de la gleba para ser arrojadas a los tugurios de las grandes ciudades, donde conformaron una fuerza de trabajo disponible tanto de hombres como de mujeres.
La lucha por los derechos laborales de las mujeres
Las mujeres han logrado la consecución de derechos a través de la lucha social y aun así siguen oprimidas, nunca han dejado de estarlo. Claudie Broyelle afirma en su libro La mitad del cielo: “Nosotras hemos tenido la experiencia, el derecho al trabajo, al voto, al divorcio, a estudiar, a utilizar la contracepción, así como el molino eléctrico de café; pero no nos han liberado de la esclavitud doméstica, ni de la maternidad forzada, ni de nuestra dependencia económica al marido, ni tampoco nuestros derechos políticos nos han permitido cambiar la sociedad.
Por lo tanto, el origen de nuestra opresión no era la ausencia de esos derechos. Esas reformas no solamente no nos han liberado, sino que nos han hecho sentir más cruelmente nuestra opresión”.
El desarrollo de la industria capitalista sobre la base de la explotación de la masa de trabajadora hace que la sobrevivencia de la familia sólo sea posible mediante los ingresos salariales de varios miembros del hogar, lo que de hecho abre toda una gama de posibilidades a sectores anteriormente confinados al espacio familiar como las mujeres. Así surge la mano de obra femenina, que encuentra en el trabajo asalariado oportunidades de autonomía, autorrealización e independencia.
En Colombia, desde comienzos del Siglo XX, la emergente clase obrera llevó a cabo 33 huelgas sólo entre 1919 y 1920. Cesaron actividades los artesanos de Bogotá, los mineros de Segovia, los ferroviarios del Magdalena y los zapateros de Manizales, Medellín y Bucaramanga. En medio de esta efervescencia surge el paro de las obreras textileras de Bello, Antioquia, el primero que se califica a sí mismo con el rótulo de huelga. Para 1920, el 73 % de la fuerza laboral obrera estaba conformada por mujeres solteras, pues para la Iglesia la fábrica era “enemiga de la familia y de las buenas costumbres”.
Foto: Betsabé Espinel
Para 1920, cuando estalla la huelga, la fábrica ocupaba a unas cuatrocientas mujeres y niñas y 110 hombres. Ellas ganaban entre 0.40 y 1 peso a la semana, mientras que los hombres ganaban por el mismo oficio entre 1 y 2 pesos a la semana, alimentando la idea que aún persiste de que el salario femenino constituía un ingreso familiar complementario, la excusa para perpetuar la diferencia salarial entre los géneros. Los puntos del pliego eran: igualdad salarial, el cese del acoso sexual, el cese de las multas, la reducción de una hora en la jornada laboral para el almuerzo, acabar con las ofensivas requisas y el derecho a usar zapatos. Todo se ganó a los cuatro meses. A la cabeza estuvo Betsabé Espinel, la dirigente indiscutible de la primera gran huelga nacional en la que estarían hombres y mujeres.
En la década del veinte María Cano emprende siete giras nacionales junto con Raúl Eduardo Mahecha y dirige las huelgas petroleras de 1924 y 1927 y la de las Bananeras, a la cabeza de 32 mil trabajadores, que terminó con la masacre. María Cano es una de las sindicalistas más importantes del movimiento obrero colombiano.
Éstas son a grandes rasgos las condiciones mediante las cuales las mujeres surgen como una nueva fuerza, un sector de la población a la cual se le negaban sus derechos con el peso de una tradición cultural heredada desde el patriarcado, que la anulaba tanto en el ámbito familiar como en el social. El proceso no se dio sin contradicciones, y aunque a largo plazo significase romper los viejos lazos, fue duro y cruel.
La liberación femenina
En la zona urbana se abren opciones de trabajo y de estudio para las mujeres, lo que retrasó la edad del matrimonio para las mujeres de la clase media y las mujeres trabajadoras. Se presenta una tendencia a igualar la edad de los contrayentes, lo cual permite, al menos en teoría, una relación más igualitaria. Con los estudios secundarios aparece la etapa de la adolescencia, aumentan los divorcios y las madres solteras. Se dan grandes luchas por los derechos sexuales y reproductivos, luchas que aún continúan.
La lucha por la liberación de las mujeres no se logra con la consecución de derechos individuales o reformas y está ligada obligatoriamente a la lucha por la transformación de la sociedad en su conjunto. Las mujeres no tienen absolutamente nada que esperar de esta sociedad, incluyendo su legislación burguesa. Lo que hay que hacer es cambiarla.
Las mujeres en la época del saqueo imperialista
El neoliberalismo se empeña en conculcar por todo el orbe los derechos laborales logrados por generaciones de trabajadores y trabajadoras que entregaron su vida a la causa obrera. También apunta a sepultar los grandes triunfos que millones de mujeres conquistaron para nuestro género.
La arremetida contra los intereses de las naciones y de los pueblos y los métodos de expoliación nos regresan, tanto a mujeres como a hombres, a los inicios del capitalismo. Las condiciones infrahumanas descritas en la literatura sobre la Revolución Industrial son las mismas que hoy usan las multinacionales, empleando mano de obra infantil y femenina e imponiendo condiciones de trabajo que han cobrado la vida de miles de personas.
Las mujeres que logran incorporarse al mercado laboral, lo hacen en condiciones de desventaja en términos de desempleo, segregación e informalidad. La implementación de las políticas neoliberales han provocado la crisis actual que golpea a la mayoría de la población y que ha sido especialmente difícil para las mujeres. Veamos algunas cifras:
Situación de las mujeres en el gobierno de Duque
Según el informe de participación de las mujeres en el mercado laboral, que presentó el DANE en Abril del 2020, el 59% de las mujeres que hacen parte de la Población Económicamente Inactiva -PEI-, se dedican a oficios del hogar como actividad principal, mientras que ese porcentaje es de 8,1% para los hombres. El 57% de los hombres que hacen parte de la PEI se dedican a estudiar como actividad principal.
Una muestra de la discriminación en el mercado laboral es que la Tasa de Ocupación de las mujeres es 15 puntos porcentuales menor que la de los hombres (55% versus 70%). El 60% se ocupan en servicios y comercio, sectores altamente informales y con bajos salarios; de estas, el 96% son obreras o empleadas o trabajadoras por cuenta propia o domésticas y el 44% no cotiza a salud y pensión; el 20% considera que gana menos de lo que debería; y existe una brecha salarial cercana al 17% (las mujeres ganan en promedio 300 mil pesos menos al mes respecto a los hombres). 9 de cada 10 mujeres realizan labores de cuidado sin remuneración, es decir, las mujeres asumen este trabajo independientemente de que estén vinculadas al mercado laboral o no.
En promedio, las mujeres dedican 8 horas al trabajo no remunerado, mientras que los hombres dedican 3 horas y 7 minutos en el día. Sumando el trabajo remunerado y no remunerado, las mujeres trabajan en promedio 15 horas, la mayor parte no remuneradas, en tanto que los hombres laboran 11, la mayor parte remuneradas.
En términos económicos, el tiempo de trabajo no remunerado representa cerca del 20% del Producto Interno Bruto colombiano, ¡20 % del PIB! La cifra da cuenta de la gran magnitud del tiempo que se destina día a día de manera gratuita a la producción de bienes y servicios que brindan bienestar a la sociedad, un costo enorme en términos de energía, tiempo y oportunidades para quienes lo realizan, en su gran mayoría, mujeres.
No es exagerado señalar que la contribución en especie que hacen las mujeres a la economía, con la gran cantidad de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado, es una fuerza que sostiene las economías, y se nota claramente en los casos de los países donde los gobiernos no cuentan con servicios públicos para dar bienestar a la población. Colombia es uno de los países con menor gasto social y donde las mujeres dedican más tiempo al trabajo no remunerado.
No es menos precaria la situación de las mujeres que logran acceder a un empleo: el 60% se encuentran en la informalidad (Ministerio del Trabajo, 2019), diez puntos por encima del promedio latinoamericano.
Pese a que en promedio, las mujeres tienen mayores niveles educativos, ganan entre 13% y 23% menos que los hombres (Fedesarrollo, 2019).
La pobreza en hogares con jefatura femenina es del 33% y el desempleo femenino siempre ha estado por encima del promedio nacional, cifra que aumentó por el impacto de la pandemia del coronavirus y las medidas de aislamiento en la economía nacional. Antes de la pandemia había 3 millones de desempleados y hoy hay 3 millones y medio, a las primeras que despidieron fue a las mujeres, el 22% dejaron de tener ingresos propios, casi tres veces por encima de los hombres.
¿qué hacer?
Se hace urgente un plan de empleo público en Colombia con enfoque en las mujeres, pues únicamente el Estado puede asumir la responsabilidad de dar el primer paso para la eliminación de la feminización de la pobreza.
Aurelio Suárez Montoya, en su último libro Saqueo, afirma según su diagnóstico que “la persona desempleada más caracterizada es: mujer, entre 25 y 54 años, con educación media, residente en las trece áreas metropolitanas, en el sector de servicios comunales, personales y comercio, empleada particular y que ha trabajado en empresas de menos de diez trabajadores o servicio doméstico y que dura entre seis meses y un año sin ocupación siquiera informal”. Esas mujeres no van a encontrar empleo en esta sociedad, por lo que la mujer debe ser objetivo central en el plan de empleo público.
Suárez expone la tesis de que “el empleo es la principal política para el crecimiento de la producción, el desarrollo y la equidad” y realiza una propuesta de esquema de lo que podría ser ese plan de empleo público para Colombia, con una estructura de reforma fiscal que financie el plan, que contiene ciertas características, dentro de las cuales, en la distribución territorial del Sistema General de Participaciones –SGP-, “los recursos para el programa se distribuirán en municipios y departamentos, mediante una fórmula que contiene tanto el correspondiente número de desocupados y la tasa de desempleo en cada territorio. Se unirá a lo transferido por educación, salud, saneamiento básico y libre disposición, y será otro componente más”. Es decir, la propuesta es que a la ecuación del SGP se le agregue el empleo.
La creación de este programa en Colombia apunta a la defensa de una vida digna para todos y todas.
La lucha contra el Gobierno Duque, que se negó a negociar las peticiones del paro nacional, contra la dominación del imperialismo norteamericano ejercida por medio de las agencias internacionales, principalmente la OCDE, imponiendo cada vez con mayor fuerza la destrucción del aparato productivo nacional, los derechos de la población y de los trabajadores y por los derechos de la mujer conculcados cada vez más, son tareas centrales de nuestro batallar.
La experiencia histórica enseña la importancia de la organización como elemento fundamental para adelantar las batallas por nuevas reivindicaciones, para la discusión de la táctica y el fortalecimiento de la unidad en medio de las diferencias. El llamado es a continuar por ese camino.
Mujeres, ¡la lucha continúa!