Los asistentes se pueden equivocar de película para un fin de semana si no leen el paratexto con cuidado: presenciar The Northman es como asistir a una obra de teatro isabelino, desde luego, con más luces, un poco de pirotecnia CGI y mucha hipertrofia muscular.
Lo primero que echamos en cuenta es el afiche promocional. Un imponente y pletórico Alexander Skarsgård: en los primeros minutos de metraje, su despliegue físico y talento histriónico, hacen honor al nombre de su familia.
En el remake de Perros de paja (Straw Dogs, 2011) lo vimos por primera vez encarnando la psicosis del protomacho norteamericano. Y ya le apostábamos algo de fama. Su rol estelar en la última y palomitera Tarzán, sin duda le valió más escaños de popularidad en el mundillo de los pesos pesados. Cruzar el dintel del Valhalla en HBO fermentaría mejor el hidromiel. Y he aquí lo tenemos, magistral.
Con todo, sucede lo típico como cualquier película “incomprendida”. Pasan los mejores momentos, el soma, el enganche, y entonces susurra uno de los parroquianos que asisten en parejita: «Esto es Shakespeare puro, hasta el protagonista se llama Amleth, vaya estafa».
―No, nada de eso —un hombre aventajado en años le responde sin venir a cuento―, por el contrario, la leyenda de Hamlet bebe directamente de la tradición escandinava del príncipe Amleth, aquí también deformada sabiamente para efectos prácticos de los objetivos de la producción, el director y el guionista.
Este parroquiano cualquiera parece que se informó por un medio respetado como este antes de ir a ver la peli…
―¡Qué no, que nos estafaron…! me siento como en el Santiago Londoño —farfulla de nuevo…
La cosa se queda así. Un “shhhhh” es siseado desde algún rincón de la atiborrada sala. Oh, y ya que viene a cuento el guion: ¡qué gozo es asistir a estos diálogos!, lirismo fulgoroso:
“Agradece a la Nornas que la marea de la mujer sea la única que corra hoy por tu cuerpo”
Sobre este lirismo, que podrá resultar chocante para los no introducidos en este tipo de lenguaje narrativo, navega una embarcación de brutalidad, chamanismo, venganza y expiación: a la vieja usanza del Ragnarok, el destino en esta historia es inalterable.
El poeta y novelista islandés Sjón es quien se encarga de deleitarnos con la materia y esencia de esta obra: el discurso. Pero ¿qué ha escrito este sujeto para llamar la atención de Hollywood? Unas cosillas de teatro, poesía, comics y hasta rolitas asgardianas. Su nombre, menos comercial y real, es Sigurjón Birgir Sigurðsson ganador de buena plata en premios locales en su patria, fundador del grupo surrealista Medusa y colaborador activo de la célebre Dancing in The dark de Lars Von Trier, inolvidable cinta de culto donde el estelar de Bjork nos deja a todos boquiabiertos. A propósito, la artista islandesa hace una impactante aparición en la película.
Ahora, lo último en guarachas del barbucho promisorio Robert Eggers (La Bruja y El Faro) también cuenta con el ineluctable Willem Dafoe, los eternos Nicole Kidman y Ethan Hawke, la gallinita de los huevos de oro Anya Taylor-Joy, sin dejar de mencionar como el principal antagonista Claes Bang ¿Y quién chorizos es este gato? Uno de los mejores y más reconocidos actores en toda Europa. Traducido al buen romance este párrafo: entre la vertiginosa fama de Robert Eggers, con tan solo tres pelis en su haber, y un reparto de película con actuaciones de película, los más puristas encuentran aquí 136 minutos de épica y suspenso para el buen rato.
Pero ¿vale la pena verla para quienes no buscan cine de autor? Pues, el trailer de The Northman tiene un golpe de mano que merece el premio a mejor campaña publicitaria del año: hace pensar en una película para puros machos; en plata blanca: promete para ir en pareja, ambas partes salen ganando, siempre y cuando ese sea el candoroso objetivo a la hora de ver una película en las salas de cine locales.
No obstante, y ya cuando has mordido el anzuelo de Mefisto…, entre el bautismo de fuego del protagonista, cruento y feroz, la partida del mismo, al mejor estilo de Joseph Campbell y su El héroe de las mil caras, además de un grandilocuente y espectacular plano secuencia, lleno de devoción por la sangre, cuajarán sospechas infundadas: no se ahorrarán ningún cuadro de trepidante acción. Y mucho ojo a esto, porque en el nudo crepuscular de la obra, el relato se pone freudiano y declara: no esperes más arrojos de valentía épica de nuestros actores.
En conclusión, The Northman nos la vendieron muy bien como película de acción, pero, por suerte, se quitó el abrigo de oso de Box Ofiice para vestirse de taimado lobo (obra de arte) y así hundir el mandoble vikingo en el corazón: justo en la falta de lectura. Así que salen los unos exultantes de emoción: pedazo de obra de arte; y los otros carilargos: desean paladear la decepción con birra y vallenatos.