Esta columna hace parte de una serie de escritos que desde hace años he venido realizando y en los que describo los retos, anécdotas, frustraciones en mi rol como candidata y ex candidata en medio de la coyuntura política del momento. Hay quienes les molesta que escriba mis columnas en primera persona y que plantee vivencias personales. Sin embargo, la experiencia tanto profesional como política y escribir sobre ella (nadie lo hará por mi), refleja de alguna manera las barreras que afrontan personas que deciden dar el paso y se arriesgan a participar en política, sin hacer parte de estructuras burocráticas y clientelistas.
¿Por qué no serás candidata? Es una pregunta constante de personas ajenas al partido político en el que milito. Mientras mi cabeza piensa en la sistemática “cancelación” que viví justo después de la campaña a la gobernación en 2019, mi respuesta simple y para evitar más preguntas es: “no me fue bien en la campaña a senado, debo aceptarlo y dar un paso al lado” o en su defecto “no soy buena candidata, mi estilo no convence”. Por supuesto esas también son razones para haber desistido.
Cada elección es la preparación de la siguiente. Lo que en su momento se vio como un excelente resultado en 2019 (40 mill votos), fue, contario a mis expectativas, una razón para obstaculizar el camino. La voluntad política y red de apoyo local que requería desde el partido en el que milito y de sus líderes más visibles para continuar fortaleciendo el proceso a gobernación, se comenzó a debilitar justo después del día de elecciones, no sólo en la manera como los liderees locales del verde dejaron de nombrar los resultados obtenidos, si no a través de relatos creados para destruir lo logrado. “Se cree dueña de los votos”, “Llegó en paracaídas”, “es una traicionera”, “se victimiza”, “no tiene equipo”, “no tiene proceso” “debería comenzar por un concejo” etc, son algunos que logré identificar.
Pasé de ser su candidata, a la enemiga a vencer. Poco a poco y sin una conversación, fui viendo como las personas más cercanas y con quienes tenía una buena relación fueron desapareciendo sin una conversación, mientras replicaban relatos que nunca tuve la posibilidad de aclarar. La política del “Ghosting” fue evidente no sólo en lo personal, si no en lo virtual.
Finalmente, la posibilidad de lanzarme a la gobernación se terminó de esfumar con la campaña a senado, donde obtuve 1400 votos en Risaralda (6000 en el país) y con mejores resultados, incluso en departamentos donde nunca fui. Otros factores también afectaron, entre ellos mi posición, de ser de centro, crítica del fanatismo de extremos y mi “estilo personal” que no convenció.
Sin candidato propio a la gobernación y con el interés de avalar el candidato petrista del Polo Daniel Silva, el Partido Verde en Risaralda perdió la posibilidad de fortalecer un proceso regional que le permitiría seguir avanzando en la consolidación de un sector de centro en Risaralda con opción poder.