Obi Wan Kenobi tiene cosas en común con algún político de hoy en día: por momentos parece sospechosamente malo, pero viene cargado de promesas. Y eso último cala en el público.
Seduce porque te dice lo quieres escuchar, o porque deja en el horizonte desértico deliciosas ofertas… así te dé garrote. Y sabes que te dará garrote, pero te tiene una zanahoria en la otra mano. La suculenta zanahoria es lo que nos importa, finalmente.
Así que la serie engancha justo los primeros cinco minutos ―en el marketing digital, tan volátil, eso ya es un enganche más que prodigioso— y lo hace echando mano de una retrospectiva de las películas posteriores al canon de Mark Hamill. Eso hacen los políticos ¿no? Te dejan la miel en la boca apelando a su pasado glorioso.
En consecuencia, esos minutos vitales resultan ser un rico tentempié que te mantiene en el sillón: la nostalgia siempre vende. Además, esos primeros minutos son un lindo homenaje que, seguramente, no serán anecdóticos.
Ahora, la declaración de principios, sin ser spoiler, es muy clara: Obi Wan, como muchos Jedi, se encuentra exiliado, al borde del exterminio total, después de ejecutada la siniestra Orden 66 (algunos de nuestros dirigentes han tomado buena nota de esa orden), sobreviviendo lo justo mientras los vástagos Skywalker crecen gorditos y vivarachos para su entrenamiento (por lo menos Luke). Dicho sea de paso, aquí sorprende un claro acento hacia la figura de la pequeña Leia y las peripecias de la familia Organa, con mayor o menor fortuna. Pilas que la ingenuidad en los Organa deja sin efecto la nuestra al acudir a comicios.
Pero por el momento esa es toda su materia y esencia: ¿qué pasó en todos esos años? ¿qué aventurillas se pueden explotar comercialmente para darle paz a los atribulados votantes? Por verse. Tan monotemático como el niño “Yo no fui” y los nuevos inquisidores contra la corrupción.
¿Y qué hay de los primeros capítulos…? Vaya, pues el primero de tortura: lento, muy lento, tampoco tan tortuoso como ver a un man por ahí servirse jugo de naranja. A ratitos a Hollywood se le olvida el poder económico de la elipsis cinematográfica. En palabras sencillas, a este primer metraje le sobran momentos que hasta un no introducido en el universo de La Fuerza podría desentrañar sin mayor escama. Sin embargo, seamos justos, tiene “momentazos”. Los políticos, esos sí que aman la elipsis: les gusta suprimir la historia.
El segundo capítulo refrenda algo del primero: por enésima vez los chistes de Disney (solo le saldrían bien a Han Solo con la chabacanería de Fico), actuaciones calzadas a la fuerza y héroes y villanos que no convencen ni poquito (de verdad no elucidamos aún las motivaciones de algunos villanos, como la Tercera Hermana: puro odio y obsesión ¿a cuenta de qué? Esperemos, me dirán.
Quien arrastra las interpretaciones a fuerza de talento, pericia y verosimilitud es un Ewan Mcgregor ya cascado por los años. Con todo, es probable, y tal como ya se ha mencionado en este mundo, que algunas interpretaciones no cuajan o se ven demasiado desnaturalizadas cuando se tiene un telón verde de fondo. Bemoles del CGI. (Aun así, ojo al cierre del capítulo: promesa de promesas en Segunda Vuelta).
Entonces, diez años después de La Venganza de los Sith ¿por qué sale esta vaina? Es un reencauche o qué, aquí sí que sabemos de horrocruxes y reciclajes.
Cuando se habló de Obi Wan, y se introduce el personaje, en una Nueva Esperanza 1977 (suena a partido político de estos días), no sabíamos mucho de la vida del sabio ermitaño, salvo su relación con Darth Vader y su imprescindible rol como mentor, en las breves líneas concedidas a Alec Guiness, su intérprete; y luego, nos enteramos otro pelín con su aparición juvenil en 1996 con un resplandeciente Ewan McGregor (olvídate del comic, aquí estamos de cabeza con la expansión del universo desde el canon oficiado por George Lucas en la pantalla grande). En ese momento se configura un interesante spin off. O empieza esa fragua.
¿Cómo llego a convertirse en un sabio ermitaño sin ser un ero sennin o en un joven Rodolfista? Aquí apuesta Disney por la construcción del arco de personaje de un Obi Wan que antes solo intuíamos. Y atención, esto es muy destacable: asistimos a la lucha de un Obi Wan por librarse de su deshonra como maestro y eventual incapacidad para conectarse con la fuerza o de comunicarse con su maestro Qui Gon. Los Jedis hablan con los muertos, señora. En Colombia los políticos no hacen “arco de personaje” como lo manda la justicia, se “metamorfosean”. Como dice Ovidio.
Dicho lo cual, no iban a dejar de hacerla, no por homenajear o enriquecer el universo Star Wars, sino por hacer más plata; hablando de plata, Star Wars fue, es y seguirá siendo un cerro de Potosí. Así que más te vale aguantar el empellón de series de la saga que nadie jamás solicitó. Y más te vale…
¿Aguanta verla? No se puede valorar el bosque por dos árboles, el problema es que, para tal valoración, necesitamos los otros cuatro árboles del conjunto. No hace falta conocer a un buen mandatario por 4 arbolazos de 365 días, pero en materia de series basta con dos horas.
Pero si aguantamos a estos políticos de … (yogurt de chocolate) nos aguantaremos la política candorosa de Star Wars, además, está en Disney y es algo casi que gratis, porque hace parte de la promesa de campaña de alguien. Los nuevos sucedáneos para los pobres mientras son esquilmados: derecho a ir a la playa gratis y mucho streaming.