Las etiquetas de izquierda y de derecha hace años se quedaron cortas para clasificar a candidatos de naturaleza híbrida que hoy proliferan. Las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos son un ejemplo representativo. En un bando, estaba el Republicano Donald Trump, que buscaba reelegirse y en el otro, el candidato del partido demócrata Joe Biden, quien al final ganó gracias al voto útil, o sea, anti-Trump.
En el imaginario de muchos, el hombre que representaba a los sectores conservadores era Trump y el de las causas liberales, Biden. Como gran parte de los medios de comunicación del país llevan años tratando las noticias internacionales de manera superficial, el colombiano de a pie no cuenta con elementos que le permitan comprender la realidad, por fuera de las viejas clasificaciones de izquierda y de derecha que, por cierto, se relacionan más con el estereotipo que se tiene de uno u otro concepto, que de ideas elaboradas.
Trump por ejemplo es, en muchos aspectos, un hombre de derecha. Basta echarle un vistazo a los 480 kilómetros de muro que alcanzó a construir en la frontera con México, pero en lo económico, podría no serlo, pues adoptó medidas proteccionistas, como subir el arancel a la importación del acero en 25% o a la de aluminio al 10%. De hecho, su lema de revitalizar la industria, le valió en tres estados norteamericanos (Wisconsin, Michigan y Pensilvania) el apoyo de la clase trabajadora. La paradoja es, que el proteccionismo y la recuperación de la industrialización (claro está, sin discriminación a los migrantes) ha sido una de las consignas del centro político y de las izquierdas en varios países.
Biden, por su parte, aparentemente liberal en temas como la participación de las mujeres en política (su vicepresidenta Kamala Harris, es la primera en la historia de los Estados Unidos en ostentar dicho cargo) el aborto, o el cambio climático, parecía más neoclásico que su antecesor. Sin embargo, los efectos económicos de la pandemia le obligaron a adoptar medidas de corte keynesiano, por ejemplo, el impulso a la producción industrial, financiado con impuestos corporativos o el rescate a la economía por $ 1,9 billones.
Pasemos a Francia en donde se presentaron 12 candidatos en primera vuelta que pertenecían a diversos partidos y movimientos: Lucha Obrera, Partido Socialista, Levante Francia, Polo Ecologista, Resistir, Reconquista, Partido Comunista Francés, Nuevo Partido Anticapitalista, Francia Insumisa, Juntos Ciudadanos y Agrupación Nacional. A pesar de lo variado de las opciones, los francos, al igual que los gringos, aplicaron el criterio del voto útil y se depuraron por los dos últimos movimientos (el de Emmanuel Macron y Marine Le Pen). El resultado fue una segunda contienda entre dos híbridos de derecha, ambos pro-OTAN (aunque Le Pen con ciertas críticas) y los dos neoliberales (Le Pen un tanto más proteccionista, pero con inclinaciones xenófobas y un lema similar al de Trump «los franceses primero» lo que le valió el apoyo de las regiones en las que la industria perdió terreno como Alta Francia, Gran Este y Borgoña-Franco Condado).
En Colombia, al igual que en Estados Unidos y en Francia, ha tomado fuerza la idea de ejercer el voto útil, a tal punto, que muchos de los que hemos insistido en votar por lo que consideramos lo mejor y no lo menos peor (en mi caso votaré por Sergio Fajardo) somos cuestionados por los bandos de los dos candidatos que puntean las encuestas. Nos dicen que tendremos que cargar con la culpa de que llegue al poder el que desde un lado o el otro, es el espantapájaros de una eterna dictadura uribista o del más infame castrochavismo.
Si nos dejamos meter en el falso dilema de tener que votar entre Gustavo Petro o Federico Gutiérrez, para no perder el voto, el modelo económico que durante años hemos padecido basado en el crecimiento vía endeudamiento, exportación de materias primas y tratados bilaterales de comercio mal negociados, quedará intacto y los colombianos, al igual que los gringos y los franceses, tendrán que depurarse por dos especies de derecha, una ortodoxa y otra, adornada con las reivindicaciones de un supuesto progresismo.
¿Para qué celebrar el día de elecciones por aquello que evitamos y padecer por cuatro años aquello que elegimos? No merecemos tal suerte.
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