Bien ya decía Bukowski que hacer el amor es una bonita forma de darle patadas en el culo a la Muerte. Solo hace menos de una semana le dimos una paliza a esa doña. Asistimos a un recital poético donde hubo saxo y buen sexo. Y no se ruboricen, señoras parroquianas, porque declamar versos es otra bonita manera de hacerle el amor a la prosa, en consecuencia, espantamos a la Seño Muerte y celebramos la vida.

Momento, primero fue el sexo antes del saxo. Y antes del sexo, del recital poético, aclaramos una vez más, un pequeño interregno entre los juegos previos y el clímax… un momento para deambular por el lugar y ver lo inspirador y lírico que puede ser.

Y es que en este recinto resultó que la poesía sonó bien y olió bien (en algún lugar indeterminado, mientras el vate cosía nervioso su telar, una madonna cocía las viandas de los asistentes), además, a la reverberación nostálgica de las luces, las sombras fueron largas y parecían gatos fugitivos. Entretanto, los poetas se hablaban con intercambio de miradas trémulas. Pero bien sabían que eran una jauría de magos de la palabra (aserto que le concederemos a Carlos Alberto Ramírez, El Bardo de esta reunión, adorable como vientre de gato).

En suma, se reunieron poetas diletantes con tanta o más vena que los profes de literatura de la Perla, concediendo que los últimos ya tienen mucha ocupación enganchando párvulos rebeldes con canciones de graves y esdrújulas, y sudando la gota gorda para pagar las cuenta a fin de mes, para mayor oprobio, en algunas cajas de condicionamiento pavloviano no se les permite formar anacreontes o pizarniks.

Como sea, vamos a los deliciosos juegos previos: musicalización de sonetos a cargo de Carlos El Bardo. De verdad que es cosa temeraria y brava musicalizar sonetos, pero este agradable sujeto lo hizo muy bien.

Para ilustrar la faena, Helena (un nombre de epopeya) nos contó que el soneto, otro artificio de la poesía como reza Octavio Paz, marca la necesidad del ritmo para su musicalización, cosa que ayuda en los ejercicios aquí planteados por Carlos El Bardo. Helena nos sorprende al no ser poeta por oficio sino galena ¿por obligación? (Helena y galena, hasta rima consonante lleva), y así como ella, nos acompañan varios integrantes de la Cofradía Poética, grupo con asiento en Facebook y al alza. De la susodicha, nos visitaron jóvenes vates (Alejandra Arias y Johana Rodríguez) quienes también se dieron esgrima y nos dejaron la miel en la boca con sus bellos poemas de órbita privada.

La pericia y la experiencia quedó cargo de Olga Lucia Betancur a quien conocimos en el festival virtual de Luna de Locos. Olga Lucia, poeta de la soledad, de tono intimista, juglar de la introspección (nada aquí de falsas presunciones, todas ellas palabras de la dama) nos deleitó con frescos poemas de la gloria de su Edén personal. He aquí nuestro preferido, Artistas de la calle, una oda a los malabaristas del semáforo que cantan “el orgullo íntimo del arte” con sus cabriolas a sol y lluvia.

Luego llegó el turno de El Vate, que es bate duro en la poesía local, y espera, algún remoto día macondiano, sacarla del estadio. (Los chismosos dicen que también golpea fuerte si lo sacan de onda). Miguel Ángel Rubio Ospina, conocido en el bajo fondo como el Rubius, que deriva de rubeola quizás, se ensañó en la tarima e hizo buen alarde de su voz de juez del Trono Blanco. En el fondo lo que quiere es tener la voz de tarro de Sabina, pero en la superficie, y a mansalva, también quiere que le compres su galardonada antología Melancolía de Puerto por la módica suma de un astrónomo bogotano y un poeta nocturno. ¿Ya sabes cuánto vale?

En fin… ¿Y el saxo?, ¡claro el saxo! por poco se nos olvida… para mayor registro de la exquisita sinestesia. El soplo del saxo a cargo de lo que nos pareció un joven veterano de las gestas de vivir del arte con una sonrisa invencible y rastas al sereno. No pudimos agarrar al vuelo su nombre mientras descansaba entre acompañamientos de baladas rockeras.

Para mayores señas, todo esto ocurrió en el Patio Argentino en Pereira (pa’ que lo visiten sin más preámbulo en la calle 19 entre Sexta y Quinta ―cualquier día, creemos—, cuando sientas, estimado lector, que la Muerte te husmea los talones. O si solo te viene en gana celebrar la vida con un lúbrico vinacho o cafecito de la montaña. En cualquier caso, que viva la poesía y que se abra a trancos de animal pesado en la capital mundial del chupe. (En minúsculas).

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Pablo Valencia

Amante a rabiar del cine, el jazz, la literatura y de las horas interminables frente a una hoja en blanco y algún artificio de escritura. A la sazón, fuera de su oficio docente, se dedica a la escritura creativa y la ilustración. Además, es fundador del ya premiado proyecto educativo Mickey Mono Power.

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