
En realidad es difícil hablar en unas pocas líneas de un tema tan extenso, debatible y espinoso, como el de la mujer. Pero considero importante hacer un aporte al respecto. Principalmente en los días en los que decidí empezar escribir sobre algunos temas y aspectos políticos del municipio en el que nací, Santa Rosa de Cabal.
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Indudablemente para algunos fue bien recibida la iniciativa, y aunque también esperaba crítica y debate sobre el contenido, incluidas las formas literarias, dado que esas columnas son mis primeros pinos en términos de opinión escrita, la mayoría de “críticas” vinieron más por mi condición de mujer y preferencias del voto en el pasado. De los meros, meros, me llovieron calificativos de “histérica” con la connotación histórica de la palabra que tal vez desconocen, pero cultivan en su vocabulario, y los concernientes a recomendarme calma. Después me exigieron que debí haber empezado a escribir desde hace doce años cuando voté por un amigo a la alcaldía, para tener derecho a escribir en la actualidad. Y por supuesto hubo quien me restó criterios y me catalogó de enviada, una especie de “boba útil”. Y no faltó quien me señalara parecido con la extrema izquierda, cuando en mi vida he tomado un arma contra otro ser vivo. Solo les faltó sugerirme el masaje pélvico del siglo XIX.
Lo anterior, me llevó a pensar en el origen de estas reacciones y me propuse exponer algunas de manera demasiado concisas.
Desde las primeras organizaciones sociales de la humanidad hasta nuestros días, la mujer ha tenido que vivir bajo una distribución social injusta. Gran parte de su tragedia empieza con la moral controlada por voceros de la iglesia, en cuyas escrituras expresan que la mujer es creada a partir de un fragmento óseo del hombre (la costilla) y es la causante de traer el mal y la muerte al mundo. Todo por desobedecer a Dios cuando en el paraíso tentó a Adán, no con su bella desnudez sino con una manzana prohibida. Esta posición misógina, nos ha puesto un peso a la espalda de tamaños monumentales, el que todavía muchas no hemos podido descargar.
Pues bien, en la edad media, bajo el sistema feudal, la mujer estaba sometida a los moldes sociales establecidos, a la sombra estricta del señor feudal. En esa época pasaban del yugo del padre, al del esposo, que hasta permitía que la mujer fuera entregada al señor feudal antes del matrimonio; tendencia que incluso arrastraría la revolución burguesa (que abordaré más adelante) y que ha consistido en el hábito del burgués y sus admiradores por casar a sus hijas con el padrón más conveniente, y a la vez el apetito por rifarse a las mujeres. Así pues, la mujer en la edad media, enfrentó uno de los peores sometimientos de la historia, una doble explotación, cultural y laboral, derivado de la interpretación de las leyes de Dios a juicio de los hombres en la tierra, y del modo de producción, que daba al señor feudal el poder pleno sobre sus ciervos y todo lo que hubiera en su feudo, incluida la mujer. El uso del cuerpo de la mujer, sus acciones y pensamientos, eran definidos por el hombre en el trono y acogido por sus lacayos. Las mujeres debían esconderse ante la vista pública de los hombres. Y obviamente, no tenían derecho a recibir educación, tanto así, que las primeras universidades en el siglo XIII eran fundaciones eclesiásticas prohibidas para las mujeres y para poder asistir a alguna de ellas, sólo quedaba vestirse de hombre, corriendo el riesgo de muerte si era descubierta.

Después llega la transición con el renacimiento, y bajo este, la mujer siguía siendo reprimida, ya que entre la moral religiosa y el ideal masculino heredado, ella se veía obligada a confinarse en su casa o en un convento, y si se atrevía a traspasar las normas, podía caer a la cárcel, siendo violentada de todas las formas posibles con previo señalamiento de ser instrumento del diablo, bruja, perturbadora de los “buenos hombres” (Me recuerda la película, La letra escarlata).
Posteriormente, a partir de la Revolución Francesa (época de la Ilustración) de carácter burgués, la mujer se desenvuelve entre las costumbres conservadas del abolido régimen feudal y las libertades democráticas. Y en la Revolución Socialista de carácter obrera, entre algunos vicios heredados del régimen burgués y los debates por la igualdad de clases y de todos los seres humanos al interior de estas. Así la mujer adquirió experiencia en la organización, y se abrió paso a un abanico de oportunidades; amplió sus conocimientos empleando como herramienta, las lecturas de pensadores filósofos, artistas y científicos que la llevaron a la lucha por un mundo más igualitario. Resaltando uno en el que no fuera instrumento del modelo de capital imperante y se la incluyera sin distingo de clase en un modelo social de relaciones humanas igualitario, que le reconociera en este marco sus derechos laborales, sociales, económicos y culturales.
Entre tanto, a nivel de participación política, después de varios intentos, sólo hasta 1948 las Naciones Unidas aprobaron la declaración de los derechos humanos, y en ella el artículo 21, donde todas las personas tenían derechos civiles y políticos, esto por supuesto incluía a la mujer. En Colombia, apenas si pudimos votar por primera vez en el año de 1957.
Sin embargo, como señala la resolución sobre la participación de la mujer en la política, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2011, “las mujeres siguen estando marginadas en gran medida de la esfera política en todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención sanitaria, y la pobreza la afecta de manera desproporcionada”. Y peor aún le va a las mujeres que aspiran a participar en el marco de una política distinta al modelo tradicional.
Y ni hablar de la mujer rural en Colombia, pues el modelo de Desarrollo Rural, es inequitativo y aunque hay diferencias de género, las invisibiliza. Tristemente se ven sometidas a tres tipos de discriminaciones: la discriminación tradicional de género, la que se origina por el hecho de vivir en el campo, y la que nace por el impacto desproporcionado que tiene sobre sus vidas la violencia, tanto la intrafamiliar como la provocada por el conflicto armado (PNUD, 2011).Y yo agregaría, la económica, que es desigual en el reconocimiento y el pago del trabajo de la mujer.
Después de tantas luchas, sufrimientos, sumisión, discriminación y violencia contra nuestra humanidad, contra la mujer, creo que no es momento de callar y de seguir soportando señalamientos. Hemos trabajado en labores domésticas, de campo, industriales, científicas y también jugamos un papel fundamental en el sostenimiento de la sociedad, no solo a nivel económico, sino como creadoras de vida. Por eso mujeres, rigor para opinar, y rigor para ser criticadas, ¡no es hora de callar y mucho menos de dejarnos callar!