En el año 2014, gracias a una cadena larguísima de casualidades, terminé en un viaje de casi un mes por cuatro ciudades de Rusia: Moscú, San Petersburgo, Sochi y Krasnodar. Como viajaba con mujeres rusas, tuve el privilegio de conocer una parte de la Rusia de verdad. O sea, aquel país oculto detrás de tantos sitios emblemáticos.
Así que una de las partes más interesantes del viaje, fue conocer un hogar ruso. Se trataba del apartamento de una mujer madura ubicado en un barrio en Krasnodar. A aquella casa nada le faltaba ni le sobraba. Todo allí parecía tener una función clara, al contrario de nuestras viviendas en Colombia, que tienden a llenarse de trebejos.
Pero no era solo el laconismo lo que llamó mi atención. La cama, los trastos de la cocina y los muebles de la sala, daban la impresión de poderse recoger en pocos minutos y llevárselos a otro lado. Nosotros los colombianos, por nuestra parte, a donde llegamos instalamos repisas eternas y adornos sin prisa con un taladro, como si cualquier nido que armáramos fuera para siempre.
La funcionalidad por encima de lo demás, caracteriza a un país que, desde sus orígenes, tuvo que adaptarse a durísimas pruebas. Por tratarse de una vasta llanura ubicada entre Europa y Asia sin barreras naturales, la historia de los rusos está marcada por un sinnúmero de invasiones, que claro, ellos de cuando en cuando también practican.
A personajes históricos de la envergadura de Gengis Khan, Napoleón Bonaparte y el mismo Hitler, se les ocurrió alguna vez que invadir a los rusos era una magnífica idea. Esto dio lugar a batallas épicas que dejaron una huella profunda en el modo de ser ruso, que evidencié en aquella mujer menuda, que daba la impresión de vivir como si estuviera lista para sortear cualquier contingencia.
Pero el asunto no terminó ahí. Por aquel entonces, el presidente de Estados Unidos era el “carismático” Barack Obama. Como por esos días el Kremlin y la Casa Blanca experimentaban tensiones, le pregunté a nuestra anfitriona acerca de qué haría ella en caso de producirse una invasión norteamericana a su país. No lo pensó mucho. Dijo que tomaría un rifle o lo que fuera y se agazaparía en su balcón a dispararle a cuanto soldado extranjero viera.
Esa muestra de patriotismo a toda costa, no muy frecuente entre mis paisanos me sorprendió. Estaba conociendo de primera mano a una mujer para la que, al revés de todo el cine de acción de tufo republicano con el que me bombardearon en la niñez, los rusos eran los buenos y los gringos los villanos. Perdemos de vista que hay una gran parte del mundo para la cual, la promesa occidental de liberalismo económico y democracia, puede generar suspicacias, pues sus coordenadas difieren de las nuestras.
Por eso, la invasión de Putin a Ucrania debería condenarse, pero no necesariamente desde el lenguaje y puntos de vista de la OTAN, cuya política de arrinconamiento contra Rusia, ayudó a generar un conflicto que era evitable. Preocupa que candidatos a la presidencia de Colombia, especialmente Petro, deseoso de ganarse el favor del Partido Demócrata, oculte que ser incondicional de la OTAN, como lo ha sido Duque, es un requisito ineludible.
Si no es aconsejable simplificar la realidad nacional, menos lo es hacerlo con países de los que poco o nada entendemos. Estudiar a fondo es lo que toca.