Los mayores errores vienen de no actuar,
creyendo ser prudentes.
En un mundo donde las fronteras entre las políticas laborales de diferentes países se difuminan, los proyectos de reforma laboral de España en 2022 y Colombia bajo el gobierno de Petro emergen como dos caras de la misma moneda, espejos de una tendencia global hacia la regulación y estandarización del mercado laboral.
Sin embargo, lejos de ser una señal de progreso, estas iniciativas comparten no solo una filosofía común, sino también una serie de desafíos y puntos críticos que ponen en jaque la eficacia de su implementación y sus impactos reales en la economía.
Esta relación no solo evidencia una convergencia en el enfoque político entre los gobiernos de Pedro Sánchez y Gustavo Petro, sino que también abre el debate sobre la eficiencia de importar modelos de política laboral que, lejos de adaptarse a las particularidades y necesidades locales, parecen replicar errores ya conocidos en otros escenarios, una vez que los indicadores no le favorecen a Pedro Sánchez.
En España, el esfuerzo por reducir la temporalidad a través de la eliminación de los contratos por obra y servicio, aunque bienintencionado, ignora la flexibilidad necesaria que requieren las empresas para adaptarse a las fluctuaciones del mercado, flexibilización en la que cae el Estado, pero se le impide al sector privado.
Al imponer contratos más rígidos y penalizaciones a la contratación temporal, se corre el riesgo de desincentivar la creación de empleo, especialmente en sectores donde la demanda es inherentemente variable. Este tipo de medidas, lejos de promover la estabilidad laboral, podrían llevar a un incremento en la informalidad o a una reducción en las oportunidades de empleo para los más vulnerables.
En Colombia, la propuesta de reforma laboral parece seguir un camino similar, introduciendo rigideces en el mercado laboral que podrían afectar la creación de empleo y el crecimiento económico. La ampliación de la jornada nocturna y el incremento en los recargos por trabajo dominical y festivo, por ejemplo, aumentan los costos laborales de manera significativa, poniendo en riesgo la viabilidad de muchas empresas, especialmente las pequeñas y medianas que son el motor del empleo en el país.
La prohibición de la tercerización para atender necesidades permanentes, aunque busca proteger los derechos de los trabajadores, en la práctica podría limitar la capacidad de las empresas para adaptarse a las necesidades del mercado y gestionar eficientemente sus recursos. Esta medida, al igual que en España, podría resultar contraproducente, llevando a un mercado laboral más rígido y menos capaz de generar empleo de calidad.
Ambas reformas, influenciadas por una visión de izquierda que privilegia la intervención estatal sobre la dinámica del mercado, parecen ignorar las lecciones aprendidas en otras economías sobre los riesgos de sobre regular el mercado laboral. La historia económica nos muestra que la flexibilidad laboral, acompañada de redes de seguridad social efectivas, es clave para la creación de empleo y el crecimiento económico sostenido.
El hecho de que el gobierno de Petro busque inspiración en las políticas de Pedro Sánchez no hace sino evidenciar una falta de originalidad y una desconexión con las realidades económicas propias de Colombia. Copiar modelos que no han demostrado ser exitosos en otros contextos, sin adaptarlos críticamente a la realidad local, es jugar con el futuro económico del país y el bienestar de sus ciudadanos.
Ambas iniciativas, lejos de promover un mercado laboral más justo y dinámico, parecen estar caminando por un sendero probadamente infructuoso, imponiendo una carga insostenible sobre las empresas y poniendo en riesgo la creación de empleo y el crecimiento económico. En un mundo que cambia rápidamente, donde la flexibilidad y la adaptabilidad son más importantes que nunca, estas reformas laborales parecen un paso atrás, un eco de políticas obsoletas que ya han demostrado su ineficacia.