Quién iba a pensar que tanta joda de Petro para llegar a la presidencia,
era para llegar a hacer lo mismo y con los mismos de siempre.
“Nos hundimos todos, nos vamos presos, acabamos todo el hijueputa Gobierno”. Con esta sentencia brutal, Armando Benedetti dejó claro que el juego político, en su esencia, es menos sobre ideales y más sobre supervivencia. Estas palabras, cargadas de amenaza y arrogancia, se pronunciaron en el contexto de un gobierno que prometió transformar el país, pero que hoy parece atrapado en los mismos vicios que juró combatir, ¡paradójico! Ahora, con Benedetti de vuelta en Palacio, ¿qué se puede esperar de un proyecto político que predicaba la renovación pero que ahora se alimenta de las mismas prácticas de siempre?
El mensaje que Benedetti dejó a Laura Sarabia en ese intercambio no era solo una amenaza, era una declaración de guerra política, una advertencia sobre lo que sucede cuando las ambiciones personales chocan con los intereses del poder. “Como me estés mamando gallo, vamos a ver qué pasa. No respondo, nos jodemos todos. Necesito una hijueputa solución”. Estas palabras no solo evidencian el cinismo del protagonista, sino la fragilidad del gobierno que le dio cabida. ¿Qué tipo de liderazgo se sostiene sobre pactos de silencio, sobre la manipulación y la sombra de represalias? Si antes Petro podía defenderse con discursos, hoy su silencio frente a la reincorporación de Benedetti a su círculo es un testimonio contundente de cómo el idealismo se derrumba ante la realidad del poder.
Benedetti, en sus palabras, también dejó claro que su lealtad no era un regalo: “Quieres que diga quién fue el que puso la plata. Y prepárense porque yo en cualquier momento reclamo mi espacio político y no lo voy a perder”. Ese reclamo, al parecer, ya se cumplió. La pregunta es: ¿a qué costo? No estamos hablando solo de una figura política con un salario que nos cuesta 30 millones mensuales; estamos hablando de una relación de chantaje que parece haber atado de manos a un gobierno que alguna vez se declaró intachable. Lo que en otros contextos ellos catalogaban como extorsión, aquí lo disfrazan de estrategia política, para poder defender no solo lo indefendible, sino a aquellos para los que antes pedían cárcel.
En otro tramo, Benedetti lanza una comparación absurda: “¿Tú crees que a Osama Bin Laden, cuando tumbó las Torres Gemelas, le importaba una mondá su imagen y si lo iban a matar o no lo iban a matar? Pero tumbó las torres gemelas”. Más allá de la grotesca analogía, lo que estas palabras muestran es una mentalidad donde el fin justifica los medios, donde el impacto y el daño son parte del juego político. ¿Acaso este es el tipo de personajes que ahora tiene lugar en un gobierno que prometió la dignidad y la moral como bandera?
Lo que ocurre con el regreso de Benedetti no es un hecho aislado, sino un síntoma. Es el reflejo de un gobierno que, en su afán por mantenerse en pie, termina haciendo alianzas con aquellos que representan todo lo contrario a lo que defendieron durante su ascenso al poder. Petro, que alguna vez fue la voz de los indignados, ahora parece un presidente más, atrapado en la política tradicional, esa misma que juró desmontar.
“Esa maricada no me la vayas a aplicar a mí”, dijo Benedetti en esa conversación, refiriéndose a la idea de que las decisiones dependieran del presidente. Hoy, parece que, efectivamente, nadie le aplicó nada. Por el contrario, su regreso es una concesión vergonzosa, un acto que mina la confianza de quienes votaron por un cambio y hoy ven cómo todo aquello por lo que lucharon se diluye en más de lo mismo.
Petro llegó prometiendo ser diferente, pero con Benedetti en escena, los discursos quedan en el vacío. Al final, lo que permanece es el eco de las palabras del mismo Benedetti: “Nos hundimos todos”. Y parece que en ese barco de hipocresía y decadencia política estamos incluidos los colombianos.
Imposible cerrar esta reflexión sin recordar las palabras que alguna vez pronunció Sergio Fajardo: “El que roba para llegar, llega para robar”. En aquel entonces, muchos desestimaron la frase, viéndola como un ataque simplista de campaña, pero hoy cobra vigencia. Gracias, Petro, por darle carne y hueso a ese pronóstico. El gobierno del “Cambio” terminó siendo una ironía: no solo replicó las mismas prácticas que criticó, sino que nos recordó, una vez más, que en la política colombiana las promesas de transformación suelen ser solo el disfraz de un continuismo maquillado.