Imagine usted a tres médicos debatiendo ante un comité acerca del estado de salud de un paciente. Para no complicarnos mucho, los llamaremos A, B y C. El médico A, ha atendido al hombre durante los últimos 30 años. Piensa que gracias a sus cuidados este está divinamente y su tos recurrente, es un malestar pasajero, de modo que cada vez que la sufre, el doctor A suministra un jarabe, y si la tos se agrava, le dobla la dosis.
Ahora bien, B está de acuerdo con el diagnóstico de A, pero es más amigo de la medicina homeopática, por lo que en vez del jarabe para la tos, prefiere recetar unas gotas. Sin embargo, A no parece incomodarse mucho con las críticas de B, incluso estaría dispuesto a ensayar uno de sus remedios alternativos. Le agrada que B no se limite a criticar su receta, sino que además haga el esfuerzo de presentarle propuestas. Esto le genera a B la simpatía del comité.
Por último, tenemos al doctor C, el menos querido en la sala porque, pareciera que nada le gusta. No está de acuerdo con las recetas de A y B. Sus colegas lo increpan y los miembros del comité lo silban. Todos le dicen, impacientes, que no se quede en la crítica del jarabe y de las gotas y que en cambio haga propuestas. ¡Es que solo sabe criticar! exclama uno de los integrantes del jurado ya exasperado.
A pesar de lo anterior, para el doctor C ser “propositivo” no es una opción, pues cualquier solución de su parte, tendría que partir de la base de que el paciente en cuestión sufre de tos, cuando después de una revisión detallada de su historia clínica es evidente que tiene una pulmonía y que además presenta una fractura de fémur de la que ni A ni B se habían percatado. Así las cosas, a C no le queda más remedio que insistir en su crítica a fin de convencer al comité de que ninguna de las propuestas de sus colegas funciona, pues parten de un diagnóstico errado.
En la política colombiana pasa lo mismo. Todo el mundo ve con buenos ojos a aquel que se precia de no criticar a nada ni a nadie y de ser un ciudadano lleno de propuestas, y si pone tono de gerente para enunciarlas mejor, y si parece descafeinado desde el punto de vista ideológico, ni se diga. Pero para ser sinceros, si administrar un proyecto de mediana envergadura es una cadena interminable de imprevistos, (cualquiera que lo haya hecho me entenderá), no imagino lo que puede significar manejar una ciudad y menos un país.
Basta mirar a los candidatos a cualquier cargo presentándose como si tuvieran un plan infalible y supieran antes de tomar posesión de sus cargos lo que harán en el día 44 de su período a las 3 de la tarde. Quien se presente así, engaña. Permítanme postular, entonces, que el pilar del voto responsable no son las propuestas sino la postura crítica del futuro gobernante, pues esta además de ser el único punto de partida cierto para la ciudadanía, permite auscultar si el candidato está leyendo correctamente la realidad y, por ende, concentrará capacidades y presupuestos, siempre limitados, en los aspectos realmente medulares, aunque en el camino tenga que ir ajustando las cargas.
Gracias al Paro Nacional, el país pudo tener una conversación que se debía hace rato, acerca de las causas fundamentales de nuestros problemas y de muchas otras penurias que no habíamos visto o preferimos ignorar. Tal vez, si escuchamos con atención a aquellos a los que parece que nada les gusta, podríamos percatarnos de que el paciente está peor de lo que creíamos y que requiere cuidados inmediatos y tratamientos estructurales de largo plazo. Al final, si todos tuviéramos el mismo diagnóstico de lo que sucede, la política no tendría sentido y bastaría una simple discusión técnica.