La sabiduría no siempre habla: a veces susurra.
Hay algo en nosotros que sabe, incluso antes de que la mente comprenda. A veces lo llamamos corazonada, presentimiento, voz interior. Otras veces lo negamos, lo dudamos o lo tapamos con ruido externo. Pero la intuición siempre está. Es silenciosa, sí. Pero insiste.
La ciencia, por fortuna, ha comenzado a estudiarla con seriedad. Investigaciones en neurociencia afectiva, como las del Dr. Antonio Damasio (neurocientífico y médico neurólogo portugués), muestran que las emociones y sensaciones corporales son clave en la toma de decisiones. No solo pensamos con el cerebro: también decidimos con el cuerpo. Con el sistema nervioso. Con ese lenguaje profundo que muchas veces no tiene palabras, pero sí verdad.
La intuición no es mágica ni paranormal. Es natural. Es un modo de conocimiento que no sigue el camino lógico y lineal, sino que integra experiencias pasadas, emociones presentes y señales sutiles. Por eso a veces parece una respuesta que llega «de la nada». Pero en realidad, viene de todo lo que somos y hemos vivido.
Desde pequeños la sentimos. Antes de saber hablar, ya sabíamos cuándo algo estaba bien o no. Confiábamos en esa certeza interna. Pero con los años fuimos aprendiendo a dudar. A priorizar lo externo, lo validado por otros, lo que se puede medir. Y poco a poco, esa brújula interna quedó en un rincón.
Recuperarla no requiere fórmulas complejas. Solo silencio. Escucha. Presencia. La intuición no grita, pero se deja oír si dejamos de correr. A veces se siente en el pecho. Otras en el estómago. Algunas veces es una frase que aparece en la mente como si alguien más la hubiera puesto ahí. Pero siempre viene con una sensación de claridad, aunque lo que diga desafíe la lógica o las expectativas.
No se trata de idealizarla. La intuición también puede confundirse con el miedo, con prejuicios o con deseos no resueltos. Por eso es tan importante aprender a distinguirla: no impone, no angustia, no presiona. Es como una luz suave que apunta hacia algo, sin obligarnos a seguirla.
Escuchar la intuición es un acto de autoafirmación. Es reconocernos sabios, incluso cuando dudamos. Es dar valor a nuestra voz más íntima en un mundo saturado de voces externas. Es permitirnos elegir con todo el ser, no solo con la mente.
En un tiempo donde abunda la información pero escasea la sabiduría, volver a la intuición es volver a casa. Y en esa casa, la lógica y la intuición pueden convivir. No se trata de elegir entre una u otra, sino de permitir que se escuchen mutuamente. Porque lo cierto es que, cuando aprendemos a integrar lo que sabemos con lo que sentimos, la vida se vuelve más coherente. Y más verdadera.
La intuición no es un don para unos pocos. Es una capacidad universal. Está en ti. Está en mí. Y está esperando, con paciencia, a que la volvamos a mirar.