La gran tragedia de la política es que demasiado a menudo el pueblo es usado como un peón en el juego del poder, olvidado una vez que se alcanzan los objetivos.»
Eduardo Galeano
La reciente oleada de rechiflas en el estadio contra el presidente Gustavo Petro no es un fenómeno aislado, sino más bien una parte recurrente de la dinámica política, un eco de la historia que se repite. En el Coliseo Romano, Calígula enfrentó desdén público; en Colombia, figuras como Rojas Pinilla y López Michelsen también fueron objeto de rechiflas masivas, una expresión cruda del descontento popular.
Recordemos que en 1974, durante la inauguración de los juegos nacionales en Pereira, Misael Pastrana fue recibido con una ola de desaprobación. De igual manera, López Michelsen experimentó una reacción similar en el Atanasio Girardot, un evento que se prolongó por un lapso considerable. Estos ejemplos históricos nos muestran que la voz de la multitud ha sido siempre un termómetro del sentir popular.
Curiosamente, lo que hoy le ocurre a Petro y su administración es un reflejo de lo que en su momento ellos propusieron y practicaron desde la oposición. Gustavo Bolívar, aliado cercano de Petro, alguna vez impulsó este tipo de manifestaciones como una forma de expresión política. Ahora, al encontrarse en el lado receptor de estas manifestaciones, el petrismo parece olvidar su propio historial, mostrando una clara aversión a recibir de su propia medicina.
Esta situación pone de manifiesto una verdad incómoda: en política, lo que para algunos es una herramienta legítima en un momento, se convierte en un acto deplorable cuando las tornas cambian. La reacción del petrismo a estos eventos recientes es una muestra de su incapacidad para aceptar lo que históricamente han promovido, revelando una hipocresía inherente a su postura actual. Como dice el adagio, «al sapo le choca que lo tiren al agua» y este parece ser el caso del gobierno actual, que ahora se ve obligado a enfrentar el espejo de sus propias estrategias del pasado.
Protección de Menores en la Política: Una Línea Infranqueable
Continuando con el incidente del estadio, donde la hija de 15 años del presidente Petro tuvo que retirarse debido a los cánticos de la multitud, ha generado un justificado malestar. Es absolutamente inaceptable que menores de edad, independientemente de su relación con figuras públicas, sean afectados directamente por manifestaciones políticas. Este episodio debería servir como un recordatorio contundente de que los hijos de los políticos deben permanecer fuera de los conflictos y disputas de sus padres.
Sin embargo, es crucial recordar que esta no es una situación aislada o nueva. Hijos de presidentes anteriores, como Duque (menores de edad), Uribe y Santos, también han sido blanco de ataques similares. Durante años, el petrismo, en su papel de oposición, no dudó en involucrar a las familias de sus adversarios políticos en su retórica de confrontación, de hecho, aún en el gobierno, creyéndose oposición, siguen haciéndolo. Hoy, sorprendentemente, se muestran escandalizados ante una táctica que ellos mismos emplearon.
Además, recordemos cómo los menores en colegios públicos han sido utilizados en manifestaciones políticas, incentivados por algunos docentes que luego dan nota en su asignatura (lo viví en el magisterio). Frases como «Uribe paraco, el pueblo está berraco» eran comunes en las bocas de estudiantes que, en muchas ocasiones, apenas entendían el trasfondo de lo que gritaban. La politización de la educación y el uso de menores en protestas es una realidad lamentable y preocupante.
Termino diciendo que la utilización de menores en la arena política siempre ha sido y será una táctica rastrera y condenable. El petrismo, que durante años hizo de estas prácticas un estandarte de su oposición, parece ahora ignorar su pasado. Su repentina defensa de la protección de los menores en el ámbito político, solo cuando les afecta directamente, revela una hipocresía profunda. Las maneras de hacer política necesitan cambiar, pero este cambio debe ser coherente y aplicarse en todas direcciones. La postura actual del petrismo no es más que un ejemplo de posverdad conveniente. ¡Hipócritas!