Varios almuerzos familiares se tornan tensos porque alguno de los comensales pone el tema de las elecciones. Por eso, en varias casas, para no romper la armonía del hogar, prefieren no hablar de política. Una pena. Si algo tiene de interesante el período electoral es que los ciudadanos, y no solo los políticos de oficio, hablan de asuntos cuya importancia rebasa la esfera de sus afanes cotidianos: pensiones, desempleo, medio ambiente, corrupción y, por supuesto, quien debería ser el próximo presidente de Colombia.
Cada día recibo al menos 6 memes alusivos a la campaña presidencial. No niego que algunos me parecen ingeniosos, pero basta responder cualquiera para que el grupo de WhatsApp en el que uno está, se convierta en un lugar inhóspito. En los grupos familiares aparecen parientes que no imaginábamos tan recalcitrantes y en los de exalumnos, activistas furibundos dispuestos a sostener un debate hasta la media noche.
Sin embargo, los memes no son en sí mismos el problema. El humor siempre ha formado parte de la discusión pública. De allí, la tradición de los periódicos impresos de incluir una viñeta de su caricaturista más renombrado en la página editorial. El lío aparece cuando la pieza humorística es lo único. De modo que lo que debería ser un enfrentamiento de argumentos, tan saludable para la democracia, se convierte en una guerra de chistes cargados de veneno y descalificaciones personales.
El contexto de la discusión, está definido por una dramática situación económica, por ejemplo, 30% de los hogares no pueden consumir 3 comidas diarias (DANE, Pulso Social 2022), que hoy ha generado un consenso nacional: estamos en crisis. El sentimiento de frustración se hizo palpable durante el 2021 en el que miles y miles de personas en todo el país se tomaron las calles para protestar, a pesar de las medidas de confinamiento. Esa, en últimas, es la actitud de quien no tiene nada que perder.
Así las cosas, el consumo en exceso de información superficial y no verificada, tan común en cadenas de WhatsApp, sumado a un sentimiento general de ira, derivado de tozudas realidades materiales, generaron un clima de polarización que dos bandos en especial han tratado de capitalizar: el del candidato del continuismo, el exalcalde de Medellín Federico Gutiérrez, más conocido como Fico y Gustavo Petro, quien ocupó el mismo cargo en Bogotá. De ahí, la pelea de perros y gatos que hay entre ambos.
Por fuera de esta pelotera, el candidato Sergio Fajardo apostó por un tono sereno y, contrario a los dos aspirantes en cuestión, decidió hacer énfasis en sus ideas. Como buen académico, ha invitado de manera recurrente a la ciudadanía a que lea sus propuestas, las critique y sugiera mejoras. La misma actitud se evidenció en los debates en donde en vez de dejarse provocar, prefirió contarles a los colombianos lo que quiere para el país.
Otro ha sido el comportamiento de Gustavo Petro que, quizás motivado por cálculos electoreros, tomó la decisión de no asistir a debates, quitándole a la gente el derecho de conocerlo más allá del imaginario de semidiós que bodegueros de oficio pretenden posicionar. Por su parte, Fico Gutiérrez, al que se le abona su asistencia juiciosa a las discusiones, mostró ser un candidato muy elemental. Su tendencia a simplificar la realidad mediante esquemas del tipo, “los buenos somos más” y de incurrir en actos pintorescos como sacar una fotografía del aspirante del Pacto Histórico en la mitad de un debate televisado, confirman lo dicho con acierto por el analista Aurelio Suárez en Blu Radio: hoy los candidatos parecen más preocupados por generar golpes de opinión que por presentarle sus ideas a la ciudadanía (24 de marzo de 2022).
Con frecuencia, las condenas a la polarización tienden al sincretismo político, cada vez más común en ámbitos académicos. No es cierto que entre cualquier par de ideas deba (y pueda) establecerse un maridaje. Las contradicciones además de ser inevitables, aclaran la comprensión de cuestiones relevantes para la sociedad y es de esperar que haya momentos en los que se agudicen. Por ello, no es la vehemencia de las discusiones la que debería asustarnos, sino el bajo nivel de estas, que las redujo a duelos repletos de falacias ad hominem, guerras de memes, noticias falsas y a candidatos que prefieren no asistir a los debates, como Gustavo Petro y el entonces precandidato Alejandro Char, al que la fonomímica por Tik Tok se le da, al parecer, mejor que la argumentación. Desacuerdos sí, pero no así.
2 comentarios
Juan Antonio, una reflexión muy ponderada, sin sesgos de odio visceral o sectarismo recalcitrante , es el análisis que nos haces en tu columna. Necesitamos que haya debate de ideas ,no estigmatización virulenta como muchas veces vemos en las redes. No a la polarización en que nos pretenden encasillar . No es entre ricos y pobres. Aquí hay unos poderes planetarios que dominan a los pueblos.
Gracias por leerla Fernando. De acuerdo contigo.