Esta es una nota muy personal sobre uno de mis héroes de la infancia. Si deseas derrengar sobre este personaje te pido el cariñoso favor que te busques otro espacio.
A Freddy no lo conocí por su gesta del Mundial de Italia 90. Ese legendario gol, en las postrimerías de la casi eliminación de la fase de grupos, solo me llegó en video tiempo después, transmutado por la alquimia de la infancia en “picaditos” callejeros de pelotas de trapo. Como dice Luis Tejada, el célebre poeta, todo nos llega tarde; pero esta vez ―esa tarde—, llegar tarde fue a tiempo. Freddy llegó a tiempo.
No. A freddy no lo conocí entonces, contaba con poco menos de cuatro años para el momento… qué iba a saber yo de ese portento. Lo conocí unos tres años después, en medio de la época del terror, por sus cabalgatas en Buenos Aires contra una Argentina enardecida, en un 5-0 inolvidable del que sin duda alguna abusamos para la memoria con descaro. Era un paseo de olla en uno de esos riachuelos ahora condenados, donde en la pequeña taberna del lugar, y de la vereda, un cabizbajo sujeto de piel rubicunda había tenido la sensatez de sintonizar el cotejo: dos goles del coloso de ébano se prendaron en mi memoria.
Luego esas gestas fueron inmortalizadas, para el buen gusto de un mozalbete de primaria, en cuadernos escolares, fotogramas del paso a paso a de los goles (¿Editorial Norma?). Y allí estaba Freddy haciendo lo suyo, pujando en los escaparates de la mercadotecnia por ser mejor que las perfectas ilustraciones de los Thundercats. Todos preferimos esas postales deportivas de gloria.
Desde entonces, el Coloso de Buenaventura para mí solo fue signo de buena ventura. No importaba contra quién jugara si ese sujeto de trancos largos y porte de guardia pretoriana allí estaba, Colombia no podía perder. ¡Vaya presunciones infantiles! Nos faltaron más freddys sacados de los rincones patrios.
Claro, después llegaron las proezas individuales: un Freddy que se pavoneó por los clubes grandes con mayor o menor fortuna. Desde luego mejor fortuna de la que gozaron el Pibe, Leonel e Higuita a su paso en clubes como el Real Valladolid encabezado por Maturana.
Con todo, a Freddy le esperaba otra historia. Dotado del recio criterio defensivo- ofensivo de los volantes mixtos, de una voluptuosidad física casi silvestre, Freddy podía reventar la red en un bombazo cualquiera. Y esos atributos de inmediato lo expusieron a las lentes de los cazafortunas del balompié nacional.
Zarpó del humilde Atlético Buenaventura hacia la fría capital. Primer campanazo del Destino: dos goles como debutante en un Santa Fe que buscaba destacar como en viejas épocas, así, en 1989 llega su primer título con el Expreso Rojo, un equipo en una sequía de casi veinte años.
En América de Cali, su otra casa, quizás su casa, logró dos títulos: 1990 y 1992. Para entonces este servidor que aquí leen tendría tímidos amores con el Atlético Nacional y bien sabía, por motivos de catecismo o publicidad, que los diablos metían miedo (¿Eran ya diablos entonces? Vayan y gugleen). Especialmente daba miedo La Mechita con este coloso campeando sobre el tapete.
Muy pronto despega del rentado nacional para encontrarse en Brasil. En Palmeiras logra dos títulos en el 94. Por increíble que parezca, fue el primer colombiano en marcar allí un gol. De suerte que pega el brinco del charco sudamericano para ir al Napoli, equipo de amores maradonianos más tarde; allí marca algunos dobletes, sin embargo, el proyecto no llegó ni al ecuador de la tabla. No obstante, sus destacadas actuaciones prendieron los focos en la Hispania moderna. De suerte, pasó al Real Madrid con la historia ya consabida: poco juego, pocas oportunidades de juego y un solo gol anotado. Sin embargo, un nuevo sin embargo, lo recordaremos por siempre como el primer fichaje colombiano de la Casa Blanca o como el primer colombiano en jugar en Champions League.
A toda luz, debemos afirmar los siguiente: su paso fugaz por el Real Madrid, una institución acusada por el blanqueamiento de su nómina, no empañó su impresionante trayectoria.
¿Y saben? de lo anterior no recordamos ni J. Pero de regreso a Brasil, entre Palmeiras y Corinthians se crea la gesta heroica del Coloso de Buenaventura. De eso sí que hay remembranzas. Y en ese entonces, en un desvencijado tv de perilla, observamos con lujo de detalles el Mundial de clubes del 2000. Y es que de regreso a Brasil se termina este horrible hiato para uno de los jugadores con mejor factura de Colombia.
Manchester United, Real Madrid, Necaza Vasco Da Gamma… algunos de los nombres más destacados para un acontecimiento televisado en cada casita del barrio. ¿Y saben? Aquí entre tanto nombre fulgoroso (Anelka, Romario, Raul, Fortune) empezó la aventura de otra leyenda, un tal CR7 como lo conocemos hoy en día, entonces apodado el Bati Pibe, “mucha bicicleta y poco juego de equipo”, acusado entonces por los comentaristas. Casi defenestrado, vaya deporte es sojuzgar. Pero esos rutilantes nombres no se llevarían el lugar grande en las tapas de los periódicos, porque un coloso capitaneó la guerra hasta la final contra Vasco de Gama. Campeón, por supuesto.
¿Saben otra cosa? Curiosamente un gol de Freddy Rincón sacó del juego a los madridistas en sus aspiraciones de llegar a la final de ese primer mundialito de clubes: debieron los reales blancos conformarse con un cuarto puesto.
Sin más qué decir, al margen de su epílogo deportivo o vital, o de sus polémicas, Freddy Eusebio Rincón Valencia fue la estampa regia de una Colombia deportiva contra todo pronóstico, donde todo era posible y los chicos más humildes del Pacífico, hechuras de piangua, chontaduro y leche de coco, podían soñar con seguir los pasos del Coloso, renunciando a todo lo que hoy mortifica la Costa donde nada puede esperarse de pacífico.
Buen viaje y pacífico mar, Coloso.